Durante la colonia, los
preceptores no tenían prestigio y reconocimiento ante la sociedad a diferencia
de los maestros del gremio que tenían demasiados privilegios y respeto; cuando
hablaban de su trabajo lo hacían usando términos elevados y especializados ante
el resto de la sociedad, como para marcar la diferencia, hacían ver que ser
maestro era algo honorable y de alto nivel; pero cuando hablaban de sus
sufrimientos, lo hacían con realismo, contaban con palabras comunes lo que
sufrían, se quejaban del salario tan bajo que recibían, de la falta de
reconocimiento por su trabajo y de respeto por parte de la sociedad, también se
quejaban porque sus familias no tenían amparo alguno con el trabajo que ellos
ejercían y mucho menos tenían servicios para el cuidado de su salud. La idea de
que ser maestro preceptor de primeras letras era un trabajo de mucho riesgo.
Lo raro es que se creía que
la educación de primeras letras (o primaria) era el motor de desarrollo (es
decir, como el inicio del sistema educativo en la actualidad). Y aun así, los
gobernantes de aquella época que eran los que supervisaban la educación, no
tenían ni la menor idea de la realidad que estaba pasando dentro de las
instituciones; esto también se puede ver hoy en día, pues los secretarios no
ven el terreno real, incluso hay quienes llegaron a sus puestos sin pasar por
un aula de clases.
En aquel entonces, los
maestros tenían la idea de que si no los alumnos no aprendían entonces no
tenían por qué esforzarse en enseñarles. Como consecuencia, la sociedad los
culpaba si el alumno no aprendía pero cuando lo hacia lo atribuían a las capacidades
con las que contaba el alumno, decían que trabajaban por interés debido a todas
las quejas y servicios que pedían; y finalmente, los padres no dejaban que
castigaran a sus hijos y con el tiempo esa costumbre se fue desarraigando.
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